Con ecosistemas que van del altiplano andino a las vastas llanuras y la selva amazónica, Colombia—enclavada en la confluencia de Centroamérica y Sudamérica—alberga casi el 10 por ciento de la biodiversidad del planeta. Entre sus especies emblemáticas figuran docenas del género Espeletia: plantas de aspecto juguetón, comúnmente llamadas frailejones. Sus rosetas de suculentas hojas peludas coronan unos troncos gruesos y esponjosos que atrapan la niebla que llega sobre los únicos y delicados humedales de gran altitud de los Andes, llamados páramos.
Los páramos húmedos, uno de los ecosistemas de más rápida evolución del mundo, contrastan con los climas áridos del resto de los Andes. Aunque solo cubren el 1,7 por ciento de Colombia, proporcionan al país el 85 por ciento de su agua potable—gran parte de la cual se almacena en los troncos de los frailejones durante el ciclo del agua y se vierte después en lagos y cursos fluviales—. Toda esta humedad ha hecho históricamente que los páramos sean resistentes a la ignición y propagación de incendios forestales.
Pero este año, una temporada de incendios forestales sin precedentes ha hecho que los páramos ardan en toda Colombia. Un incendio forestal calcinó más de 100 acres de frailejones solo en el Páramo de Berlín, al noreste de Colombia. Más de 500 incendios han ardido en todo el país desde que comenzó 2024, consumiendo al menos 42.000 acres de bosques y pastizales y cubriendo la capital de Colombia, Bogotá, con una nube de humo contaminante.
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La temporada de incendios forestales en Colombia suele coincidir con la estación seca que va de diciembre a marzo, y el número de incendios y la superficie quemada varían de un año a otro. Un estudio publicado en 2022 en la revista Fire revisó los datos de 2000 a 2020 y concluyó que Colombia registra entre 100 y 300 incendios forestales en un mes de enero normal; este año es la primera vez que se superan los 500 incendios desde que el país empezó a recopilar datos sistemáticamente en 1998. Aunque los humanos causaron inicialmente casi todos los incendios de este año, el calor y la sequía provocados por el clima los han agravado más de lo habitual.
En los frágiles páramos, sobre todo, “el régimen de incendios ha cambiado,” afirma Mauricio Aguilar Garavito, ecólogo especializado en incendios forestales de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia. El análisis de antiguas capas de sedimentos muestra que en los últimos 10.000 años aproximadamente, los páramos del norte de los Andes ardían aproximadamente una vez cada 100 o 1.000 años. “Ahora,” dice Aguilar Garavito, “hay incendios cada dos a 10 años.”
Enero de 2024 ––en pleno verano austral–– fue el más caluroso de los últimos 30 años en Colombia, según declaró Ghisliane Echeverry Prieto, directora del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia, en una rueda de prensa celebrada a finales del mes pasado. Las temperaturas alcanzaron máximos históricos de 44 grados Celsius (111 grados Fahrenheit) en Honda, una pequeña ciudad del centro de Colombia flanqueada por cuatro ecosistemas de páramo.
Ese calor está agravando una sequía histórica en toda la región, porque las temperaturas más altas hacen que el aire extraiga más humedad de las plantas. La materia vegetal más seca, sobre todo los restos sobre el suelo forestal, se incendia con más facilidad. También hace que los incendios forestales ardan con más intensidad y se propaguen más rápidamente.
El calor y la sequía actuales pueden relacionarse tanto con el cambio climático como con el patrón climático cíclico conocido como El Niño, que presenta aguas más cálidas de lo normal en el Océano Pacífico oriental tropical. El calor que esas aguas liberan a la atmósfera provoca una cascada de cambios en los patrones meteorológicos de todo el mundo. El aumento del calor extremo es uno de los rasgos distintivos del cambio climático, y las huellas del calentamiento global se han encontrado en numerosas olas de calor, incluidas algunas que trajeron temperaturas veraniegas a partes de Sudamérica el pasado invierno.
Un estudio publicado a finales de enero por el consorcio de investigadores World Weather Attribution (WWA) concluye también que la sequía que afecta actualmente a toda la cuenca amazónica se debe principalmente al cambio climático, con cierta amplificación de El Niño. Teniendo en cuenta tanto las escasas precipitaciones como las altas tasas de evaporación, la sequía se ha hecho 30 veces más probable debido al cambio climático, constataron los investigadores.
Los incendios forestales provocados por la sequía, el aumento de las temperaturas y el fenómeno de El Niño también se están dejando sentir en la provincia chilena de Valparaíso, donde devastadores y mortíferos incendios han consumido 64.000 acres y 14.000 viviendas y han cobrado la vida de más de 131 personas desde el 2 de febrero. Pero mientras que en Colombia El Niño influye en los incendios sobre todo por el estado del tiempo más seco que trae consigo, en Chile lo hace con temperaturas más cálidas, explica Raúl Cordero Carrasco, climatólogo e ingeniero mecánico de la Universidad de Santiago de Chile.
El riesgo de incendio se ve agravado por la “degradación de los ecosistemas colombianos,” afirma Aguilar Garavito. Los bosques de los Cerros Orientales, una cadena montañosa al este de Bogotá, contienen varias especies vegetales invasoras y propensas a los incendios, como los eucaliptos y el Pinus oocarpa, un pino originario de México y Centroamérica. Las hojas caídas y las agujas de pino cubren el sotobosque de estos densos bosques de montaña, donde este material se convierte en leña en medio de temperaturas elevadas y aire seco.
Aguilar Garavito afirma que la “pésima gestión de incendios” del país también ha influido en los incendios forestales de Colombia. Al igual que en EE.UU., las autoridades se han centrado en extinguir incendios en lugar de una estrategia de gestión integrada que utilice quemas controladas, lo que podría ayudar a reducir el combustible disponible para los incendios forestales.
Aunque las lluvias recientes han ayudado a los bomberos a controlar algunos incendios, se espera que los próximos meses traigan temperaturas aún más altas, que probablemente persistirán hasta que comience la temporada de lluvias de primavera, dijo Echeverry Prieto durante la rueda de prensa.
De cara al futuro, Aguilar Garavito afirma que es probable que los incendios forestales en los páramos sean más frecuentes y graves en las próximas décadas. Una tesis de maestría de 2018 de Manuela Rueda Trujillo, entonces en la Universidad Nacional de Colombia en Medellín, encontró que los páramos de Colombia se han vuelto más secos desde el final de la última Edad de Hielo. Un estudio publicado en PLoS ONE en 2019 encontró que esta tendencia ha sido amplificada por el cambio climático antropogénico en las últimas décadas, y que se espera que los páramos andinos se vuelvan aún más secos en las próximas décadas. Un estudio de 2022 de Gwendolyn Peyre, de la Universidad de los Andes en Colombia, y publicado en Frontiers in Ecology and Evolution, encontró que el 10 por ciento de las especies endémicas de los páramos “podrían llegar a extinguirse para 2070.”
“Los páramos son ecosistemas muy especiales por su distribución restringida, su funcionamiento hidrológico y las especies endémicas que viven en ellos, pero también son extremadamente frágiles,” afirma Rueda Trujillo, que ahora es candidata al doctorado en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos. “Teniendo en cuenta estos incendios más intensos, frecuentes y prolongados a largo plazo, sin duda ponen en riesgo la persistencia de la biodiversidad de los páramos—no solo de los frailejones—así como su funcionamiento hidrológico.”
De los restos calcinados de estos ecosistemas únicos, ella dice, “es realmente triste ver lo que queda tras los incendios.”
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